por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires
Salvo que se junten una manada de cisnes negros, Alberto Fernández será el próximo presidente de la República Argentina, y entre todas las cuestiones y problemas que deberá resolver está el de Aerolíneas Argentinas.
Obvio, según como se mire podríamos decir que se trata de un tema menor, pero no es menos cierto que la solución que se adopte será ruidosa.
Quizás la situación sea parecida a la que nos tocó enfrentar en diciembre de 1983. El gobierno carecía de fondos y Aerolíneas Argentina arrastraba una deuda de casi mil millones de dólares, con tasas de interés que oscilaban entre el 10 y 15%. La flota de la empresa, salvo los 737-200, era comercialmente obsoleta, de donde estábamos encerrados en un juego de sumas negativas.
El objetivo fue impulsar las ventas al máximo posible, para generar recursos corrientes que nos permitieran enfrentar los gastos corrientes y de ese modo poder subsistir. Un objetivo muy modesto.
La inflación, que oscilaba el 0,5% diario, era otro obstáculo que virtualmente nos impedía hacer estimaciones futuras. Por último, las autoridades del gobierno muchas veces obraban más en contra que a favor, lo que nos obligaba a desobediencias continuas para poder mantener la empresa en funcionamiento.
Recuerdo que creo que era la secretaria de transporte, operaba como una quinta columna, y algunos de los directores que le respondían de modo directo se ocupaban de “chismear” más que de aportar ideas, que por otra parte no las tenían.
El tema salarial constituía una de las preocupaciones principales, ya que perdía valor en periodos de 24 horas, lo que era causa de un permanente y justificado asedio gremial cuya solución obviamente no estaba en la empresa, sino en la economía general de la nación, pero el día a día debía ser enfrentado por nosotros.
Luego de analizar la situación durante unos pocos meses, llegué a la conclusión que la empresa podría “subsistir” por un lapso máximo de cinco o seis años, ya que se carecían de recursos para renovar la flota, al tiempo que tampoco había en el mercado aeronaves que pudieran satisfacer nuestras necesidades. Para ello era necesario modificar el sistema de gestión y desear que la situación económica del país no empeorara. El excelente Plan Austral fue una muy pasajera ilusión que mostró la incapacidad de la política para enfrentar situaciones de crisis.
Se nos ofrecían los A 310 y el 757 de la Boeing, pero luego de algunos estudios hechos por la Gerencia de Operaciones y la Comercial, esas aeronaves estaban diseñadas para otros mercados, como fue el caso del 727 de los que teníamos ocho y nunca les pude encontrar justificación a su compra. Lo razonable hubiera sido comprar más 737.
Volviendo al presente, la situación, salvo el equipamiento de la flota, es muy similar en el marco económico propio de la empresa y la situación económica del país, contando con dos datos que se repiten, alta inflación con un piso del 50% e inestabilidad cambiaria, dos hechos que la afectan negativamente de modo directo ya que la mayoría de los recursos se originan en el país y en moneda local, y la mayoría de sus pasivos son en dólares o euros.
La situación económica de la empresa es sumamente delicada, y si fuera privada seguramente ya se hubiera concursado, que no es más que una declaración de quiebra suspensiva.
En mi opinión, a partir de ahora la empresa se deberá valer con sus propios recursos y veo muy difícil que el estado la pueda continuar subsidiando, por lo menos en la medida de sus necesidades.
Pienso que los primeros interesados en asumir esta realidad es su propio personal, que deberá comenzar a pensar en ver que puede ofrecer para mantener la empresa en marcha.
Lo esencial parecería ser poder cumplir con los leasings, bajo cuyo régimen se cuenta casi la totalidad de la flota, salvo el caso de 4 o 5 aeronaves propias.
Luego, el pago del combustible que según información que me fue suministrada, habría deudas importantes, aunque ignoro su monto real.
Finalmente, siempre abordando lo que parecería primordial, habría que diseñar por parte del propio personal una política salarial que tenga relación con la facturación de la empresa y su prioridad de gastos.
El futuro de Aerolíneas Argentinas dista de ser venturoso, y de la calidad y sensibilidad de la nueva dirección dependerá gran parte de su futuro.
Una tormenta y la Revolución de los Aviones
Las lluvias que asolaron la ciudad de Buenos Aires y gran parte del país, convirtió en papel mojado la declamada “revolución de los aviones”.
En este caso me refiero a la falta de profesionalidad de la gente de Aeropuertos 2000, de las empresas aéreas y de las propias autoridades del gobierno que creyeron que la visibilidad de la tormenta los eximia de brindar explicaciones.
Fue suficiente recorrer por un rato Aeroparque para apreciar la falta de información y la incapacidad para tomar decisiones inmediatas.
Es cierto que la tormenta fue visible, pero la sensibilidad de la gente está tan herida que muchos viajeros frustrados no dejaban de opinar que la situación era agravada por la falta de voluntad del personal aeroportuario y aeronáutico que poco o nada hacía por aliviar la situación.
Las pantallas de los televisores era la única información disponible, pero en estas situaciones es esencial la presencia personal, la información de los responsables de los aeropuertos y de las líneas aéreas, sin perjuicio de lo que debieron haber hecho las autoridades competentes de la ANAC y del ORSNA que aparentemente brillaron por su ausencia.
En esos casos se debió informar sobre el fenómeno meteorológico que afectó a gran parte del país, se debió tomar la decisión de cancelar todos los vuelos de hasta 70 minutos de duración, en los que la alternativa terrestre es factible, dados que los pronósticos que difundía el SMN no eran favorables. Ello, pese a las intermitencias de mejoras que se producían por algunos lapsos.
Es obvio que el próximo gobierno deberá trabajar muy profundamente en todos estos aspectos del transporte aéreo.
La revolución de los aviones quedó en su más ridículo desnudo.
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